Ser líder no es fácil, es duro. Muy duro. Consiste en creer firmemente en uno mismo, aunque las olas del mar de la tempestad se yergan altas contra el barco que gobiernas con mano firme. Consiste en maldecir mientras agarras el timón para mantener el rumbo que has fijado tras mucho consultar sobre antiguas e imprecisas cartas de navegación, a la par que tu brújula vacila al son del movimiento de las olas. Consiste en no vacilar en la dirección tomada, y en cambiar de dirección si fuera necesario hacerlo, y en saber cuándo y cómo, sin importar las circunstancias y —si estas importaran— hacerlo igualmente. Supone incluso en morir por las propias ideas. Pero al final del viaje, si alguna vez termina, veremos la tierra que tanto ansiábamos conocer al otro lado, una tierra virgen brillando bajo la luz del nuevo sol.
También consiste en escuchar y sacar provecho de las ideas de otros, pero sobre todo en hacerse escuchar. En dudar de uno mismo, pero también estar seguro de lo que uno ha decidido una vez tomada la decisión. En llegar hasta el límite con las propias decisiones, que solo tú puedes tomar, y hacer que los demás te sigan hasta las últimas consecuencias. Consiste en morir por las propias decisiones, si ese es tu destino, y hacer que se salve tu tripulación mientras el barco se hunde contigo por tu mala elección de ideas. También es recular y buscar una solución que no existe para salvar la travesía. Ser líder es ser para los demás. El verdadero líder muere por los demás y busca el bien de su tripulación aunque ello conlleve perderlo todo. El barco es la casa, y la tripulación es familia. Ser capitán consiste un poco en ser Padre. Amén.