Saldremos de esta

Como aldeanos luchando por su libertad a cambio de miseria, como andaluces perdiendo sus casas para poder proteger sus bosques, como moros peleando por sus antiguas huertas, como cristianos trepando por riscos escarpados para hincar su bandera.

Como muchachas vestidas de rojo, calzadas con espadañas, como niños sin miedo a mostrar sus miedos, como novios que caminan de la mano a cualquier edad.

Hoy me he dado cuenta de que saldremos de esta como siempre hemos salido, como un pueblo indestructible, como un país fuerte y unido, como la única nación capaz de destruirse a sí misma varias veces y que aún sigue de pie. Uniremos nuestra voz en un solo grito y aplastaremos al enemigo invisible.

Insomnio

El insomnio ayuda a escribir. En el espacio de dos noches sin poder dormir he sido más productivo que en los dos últimos años. Tenía ideas, pero no podía escribirlas. No por falta de tiempo —que no me sobra, pero que tampoco es del todo ausente—, ni por falta de capacidad, ya que cuando me pongo lo hago, sino más bien y sobre todo por falta de decisión. Y la decisión lo es todo, más allá de tiempo o capacidades, que vienen por añadidura después, cuando ya se ha hecho lo más difícil, que es dar el paso.

Focus

Y lucha, lucha sin parar. No por ti, ni por demostrar nada a tus enemigos. Lucha por tu idea, que es única, y nadie mejor que tú sabrá llevarla a buen puerto.

Lucha por tu ideal, por el objetivo que persigues. El tuyo siempre será único. Nadie podrá arrebatarte el modo de hacerlo, porque solo tú sabes hacerlo mejor que ningún otro. Solo tú puedes alcanzar lo que persigues. Los demás únicamente pueden copiarte sin el mismo fin o bien buscar un fin similar, pero hacerlo a su modo.

Películas de guerra

Nos criamos entre llantos y gemidos épicos, acordes malditos que nos ponían la piel de gallina y nos incitaban a movernos y tirar para adelante, sin dejar que nos tragase el sofá, aunque todo el show duraba mientras estuviéramos confortablemente sentados en medio del salón. Allí se hacían realidad y tornaban en materia los sueños de otros visionarios más capaces, años más tarde infantilizados, reducidos al olvido o al desdén.

El cine nos liberó, igual que hacía con la gente en sus inicios, abriéndonos la puerta a imaginar de otra manera enteramente distinta, más cómoda, pero no por ello peor ni mucho menos valiosa. Al contrario, hacer una buena película debe ser el trabajo más duro del planeta.

Oda Bucólica

Eran caminos recorridos por bicicletas o pies enfundados en botines, ancestros de las actuales zapatillas, o bien botas de montaña, según la ruta que tocara recorrer aquel día y estación del año.

Eran caminos trazados más tarde sobre hojas de papel amarillento y fino, emborronadas a lápiz; dibujos basados en recuerdos de imágenes infantiles.

Eran senderos semiocultos bajo árboles de ribera, entre los cuales fresnos y chopos, duros y salpicados de escalones naturales, amenizados una decena de veces por puentes viejos que se movían ligeramente al caminar sobre ellos.

Bajo nuestros pies corría el agua cristalina, llevándose mi vida consigo.

Ruta romántica

El camino a Ronda podría parecer rápido y directo, pero se trata de una cuesta eterna, extendida bajo el aleteo de los buitres y el susurro de las ramas de los pinsapos. Se inicia a lo largo de una breve autopista que más tarde pasa a convertirse en una fina autovía, y ya nunca vuelve a ser otra cosa a lo largo de toda la tierra fronteriza, cuna de la bandolería.

Piratas y bandoleros, ¿acaso no se trata de la misma cosa? Bandoleros son los piratas de las montañas, y las montañas surgieron de las profundidades del mar. Richard Ford los conocía bien y quería vestir como ellos, pero solo era un invitado ante esta inmensidad hermosa y española. Como tú, como yo.

Empieza esa ruta a los pueblos nazaríes y benimerines, la ruta de los viajeros románticos, que ya no existen sino en las rocas y en la imaginación. Empiézala en tu cabeza y termínala cuando no te queden más fuerzas. Y vuelve a ella cada vez que puedas a recordar lo que fuimos y no somos.

La taberna del fin del mundo

Hay una especie de bar excavado bajo roca, de paredes humedecidas y casi lloronas, inmerso en un valle florido, donde la noche no termina nunca.

Hay un pueblo yacente bajo montes surcados por un estrecho río, habitado por casas de piedra que guardan el calor del verano en invierno y refrescan al llegar la primavera.

Hay una muchacha de ojos grandes y tobillos finos, desconsolada, que sueña con ir al mar, pero vive en la Sierra.

Hay un camino que lleva a lo más hondo del valle, pero para volver se sale por otro sitio, por otra provincia.

Hay miles de detalles como estos que pasan inadvertidos para los ojos acostumbrados a la realidad, pero antaño lo eran todo cuando fuimos niños.

Mañana solo nos quedarán los recuerdos. Nunca volveremos al mismo lugar.

Road

La llamo la Ruta 90, porque noventa son los máximos kilómetros permitidos por hora durante casi todo el trayecto. Los neumáticos arden bajo el capó, sobre un asfalto a punto de derretirse. Una larga recta hasta las montañas, camino directo hacia el fondo del mar levantado hace milenios, cubriendo la tierra —entonces virgen— de sal y de vida.

Tras pasar las colinas marrones que anuncian la frontera y pasar por aquel pueblo de paciente nombre, llegamos al cruce sobre el río más caudaloso de la provincia del Sur. Lo cruzamos despacio, a lo largo de toda una majestuosa curva erigida sobre matorrales.

Entonces me acuerdo de hace dos décadas, cuando aún prácticamente no existías, pero te llevaba en mi corazón, igual que ahora, aunque a veces no quieras. Hoy te he recordado que sigo existiendo.

Somos capaces de hacer mejor lo que tocamos, y mucho peor lo que ignoramos.

Abierto hasta el Amanecer

Con los ojos secos y brillantes, pocas horas de sueño encima, y una fiebre alta que no me deja apenas moverme, sigo viajando, incansable, en busca de lo que nunca encontraré, salvo por breves momentos de fugaz lucidez.

Por delgadas rutas verdes interprovinciales, bajo cimas puntiagudas y rodando sobre infraestructuras gastadas, entre pinos, sorteando montes cubiertos de matojos aleatorios, al fondo hay una ciudad escondida, nuestro próximo destino.

Antaño, no hace mucho tiempo, nos guarecíamos bajo la roca para protegernos del frío invierno. En lugares ancestrales como este lo siguen haciendo, al igual que nuestros antepasados, los últimos pueblos libres del Sur.

Contemplo un río antiguo excavando su garganta bajo casas de piedra mientras imagino que me recupero y que esta noche podré salir un rato a contemplar las estrellas antes de irme a dormir.

Un día pasado bajo la roca, mañana marcharemos sobre ella.