Dicen que los finales tienen que ser felices por fuerza. Este no lo fue del todo. El mismo viento que me arrebatara de sus brazos me trajo de vuelta a casa, bajo las montañas con formas prehistóricas que se ven desde el mar. Pero no encontré lo que buscaba entre las olas.
Durante doce largos meses navegué por oscuras aguas, enfrentándome a todos los peligros que un hombre ha de afrontar para merecer tal nombre y dejar de ser siervo de sus mayores. Pero no obtuve recompensa más que la experiencia de saber cómo dominar el timón de mi barco y sortear los huracanes imprevistos que se levantan sobre los mares.
Ella seguía donde la dejé, descalza sobre el césped del jardín, con sus pies finos enterrados en la hierba. La besé tras no gustar labios durante más días de los que podía contar y entramos en la casa.