Huele a sal en el aire.
Sopla el viento del oeste, y a ratos del sur, procedente del mar, arrastrándose sobre campos de trigo y arroz resecos, en dirección a la Bética, atraído por cimas envueltas de nubes que parecen de humo, dando de beber a ríos yacentes bajo montañas ancestrales.
Las calles de Sevilla respiran por unas horas brisa marina; la cal reluciente de sus paredes impregnada de sal llegada de otros países, mezclada con el sol.
Huele a sal marina y a salitre, el mismo que pisotean las playeras de bellas gaditanas y el mismo que acentúa el escozor de los marineros cansados.
Huele a sal, huele a mar, huele a Sur…