Road

La llamo la Ruta 90, porque noventa son los máximos kilómetros permitidos por hora durante casi todo el trayecto. Los neumáticos arden bajo el capó, sobre un asfalto a punto de derretirse. Una larga recta hasta las montañas, camino directo hacia el fondo del mar levantado hace milenios, cubriendo la tierra —entonces virgen— de sal y de vida.

Tras pasar las colinas marrones que anuncian la frontera y pasar por aquel pueblo de paciente nombre, llegamos al cruce sobre el río más caudaloso de la provincia del Sur. Lo cruzamos despacio, a lo largo de toda una majestuosa curva erigida sobre matorrales.

Entonces me acuerdo de hace dos décadas, cuando aún prácticamente no existías, pero te llevaba en mi corazón, igual que ahora, aunque a veces no quieras. Hoy te he recordado que sigo existiendo.

Somos capaces de hacer mejor lo que tocamos, y mucho peor lo que ignoramos.

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