Eran caminos recorridos por bicicletas o pies enfundados en botines, ancestros de las actuales zapatillas, o bien botas de montaña, según la ruta que tocara recorrer aquel día y estación del año.
Eran caminos trazados más tarde sobre hojas de papel amarillento y fino, emborronadas a lápiz; dibujos basados en recuerdos de imágenes infantiles.
Eran senderos semiocultos bajo árboles de ribera, entre los cuales fresnos y chopos, duros y salpicados de escalones naturales, amenizados una decena de veces por puentes viejos que se movían ligeramente al caminar sobre ellos.
Bajo nuestros pies corría el agua cristalina, llevándose mi vida consigo.