Fuego

Huele a incendio aun caída ya la tarde, consecuencia de las llamas estelares que arden a mil millones de kilómetros impregnando la estratosfera. Los campos están más secos que nunca y el aire quema la piel, los ojos y los labios.

Bajo el polvo, entre colinas y montes, avanzamos pesadamente buscando la ansiada brisa marina. El aire caliente amenaza con destruir los circuitos del motor y las partes más sensibles del habitáculo: tú y yo. No podemos parar.

Subimos cuestas penosas forzando el motor, casi al rojo vivo, bajando marchas, quinta, cuarta, tercera, hasta alcanzar la fuerza deseada que nos lleve hasta la siguiente colina.

Hoy no añoramos la sombra de las montañas, sino que bajamos por sus vertientes rocosas en busca del mar…