Es el primero de los caminos, el más antiguo de todos cuanto conozco, que siempre lleva al mismo sitio, allí donde termina la tierra seca y empieza el mar.
Esta carretera parece en realidad un sendero rectilíneo, flanqueado por árboles que dan una sombra perpetua, ya sea en invierno como en verano.
Desde ella, entre ramas frondosas, diviso las montañas al este antes de cruzar el Guadalete y con ello la frontera deseada para hundirme en las marismas, donde el tiempo se ralentiza y regresamos a la vida del siglo pasado, que tanto añoro.
La vida a un lado y el final al término.