Atardece y llega esa hora precisa en la que no parece ya de día ni tampoco es aún de noche, esa hora en la que el rayo declina y las plantas despiden durante el espacio de un instante su olor vivo antes de irse a dormir.
Esta hora me recuerda siempre a la casa de mis abuelos, ya que el toldo dejaba de tener su función y tocaba subirlo aunque el sol molestara y penetrara a través de polvorientos ventanales alcanzando el reloj de péndulo, reflejándose en los cristales.
Es tiempo de verano y el día declina.