Aviones

Desde muy pequeño me interesó volar. Quería saber lo que se sentía al dejar el suelo a una velocidad apenas superior a la de un Fórmula 1, quería averiguar qué tacto tienen las nubes. Algunos niños sueñan con el mar, yo en cambio siempre lo he hecho con las alturas. En lugar de anclas y gorras de capitán, adornaba mi escritorio con hélices y aeromodelos de madera de balsa. Ojeaba enciclopedias plagadas de láminas a todo color que ilustraban los múltiples tipos de aeronaves. En vez de puestas de sol idílicas a orillas del océano suelo preferir ver al astro rey desaparecer bajo las cimas del mundo.

Durante los meses confinados en casa he dejado de ver aviones surcando el cielo, solo algún helicóptero de emergencias ha invadido por espacio de un breve instante el límpido espacio aéreo. Una tarde vi una bandada de patos migrando a baja altura. Lo cual me desconcierta sobremanera aunque no siempre sea consciente de ello, ya que resido justo exactamente bajo un corredor aéreo de primer orden, el cual se ha vuelto año tras año más y más importante.

Un día comenzaré una historia sirviéndome de la circunstancia de un viaje en avión, desde que deje el suelo hasta que vuelva a tocarlo. Todo transcurre entre un duro despegue y un suave aterrizaje. Esa es la parte que importa de veras en toda historia, la central, el nudo, el desarrollo, el núcleo.

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