Viaje de noche y Jotas

Me vi obligado a hacer la maleta deprisa y corriendo para pasar la noche en la sierra. JC, quien me había embaucado a realizar aquella aventura y se ofreció a llevarme hasta allí, me pidió permiso para correr y yo se lo concedí sin saber muy bien a qué me comprometía. El coche bajaba cuestas milenarias como un cometa incandescente, aun así controlado, y de vez en cuando JC se erguía sobre el volante para divisar por el breve desarrollo de un instante una torre de vigilancia o un valle perdido entre sombras. Finalmente llegamos a nuestro destino, un pueblo enorme de piedra rodeado de rocas, hendido por un río límpido y frío. Allí, tras una breve cena, pasé una fría noche sobre un duro suelo de mármol, más duro aún que las piedras de la montaña. Al día siguiente convencí a otro conductor cuyo nombre empezaba por la inicial J para que me llevara hasta Jerez, lugar donde había de pasar el día, que consideraba que quedaba de camino en su retorno a Sevilla.