Siempre me angustiaron los finales, la simple palabra fin me clava aún una puntiaguda espina en la garganta. Debido a ello retrasé todo lo que pude mi crecimiento durante mis primeros años de vida y con frecuencia he detestado la realidad inmediata, siempre finita y, a menudo, manifiestamente mejorable.
Sin embargo, me terminé enamorando del desarrollo de las ideas, del nudo (casi infinito), una vez acometido el primer paso de terminar la presentación. El transcurrir de las cosas puede demorarse en el tiempo hasta límites insospechados. Esta es la parte más interesante de la vida, ya que el principio precisa de continuación, y el final ya no tiene nada más que aportar una vez llega y da la sorpresa según su intención y modos.
Sigamos hasta el fin y esperemos demorarlo todo lo posible, porque una vez acabado el viaje volvemos al aburrido punto de partida sin ser ya los mismos. Nunca podremos superar la emoción de la primera vez. Por eso la vida es solo una, único elemento desprovisto de simetría, de dualidad.