Ocaso

Mirar al horizonte, hacia al atardecer, siempre supuso un acto de rebeldía contra el orden establecido. Como un acto de fe, impulso del corazón frente a la dureza de la fría lógica. Único consuelo a veces tras una larga jornada de trabajo, de sol a sol, hasta verlo hundirse para ascender de nuevo, incansable, eterno, alumbrando el día siguiente.

Contemplar las estrellas sobre el cielo, consumiendo su fuego a través del espacio y del tiempo, en dimensiones donde se entremezclan los últimos límites inalcanzables para la humanidad. Tal es su poder, aquel que no podemos comercializar ni alterar a nuestro antojo, puesto que nos es imposible llegar hasta ellas.