Paseamos por la calle Feria y vuelvo a recordar lo que es Sevilla anochecida. Hay mucha gente, tal vez demasiada. Gente buscando a gente, personas esperando a otras personas y encontrando nuevas formas de amar. Chicas esperando bajo dinteles de iglesias, esperando a que las hermandades terminen sus misas para salir a cenar con sus citas.
Entramos en un bar antiguo donde se sienta gente bien vestida que nos mira mal; quizá no estamos en el sitio adecuado, así que nos vamos por donde hemos venido.
Nos decantamos finalmente por un bar moderno. Misma gente, tal vez peor vestida, pero aquí nos atienden bien. Pedimos comida sin origen definido y bebemos vino sureño, siempre buena elección. La luna está llena, la noche sin estrellas, pero el frío sopla entre las ramas desnudas de hojas ya barridas.