Al final, la pandemia, como cualquier tormenta, cataclismo o catástrofe natural, es una cura de humildad para toda la humanidad, y en especial para aquellos imbéciles que consideran que el control de lo incontrolable es algo posible, o que han hecho de su profesión el aparentar hacerlo o el tener la varita mágica para prometerlo.
Protocolos improvisados, medidas absurdas, demonización de las reuniones familiares; de los encuentros entre amigos y de las celebraciones de las grandes etapas de la vida, para mucha gente único consuelo entre duras y largas jornadas de trabajo. Buscar y denunciar causas de contagio en lugar de hacerle frente.
El problema no es la gente, ni tan siquiera el virus, sino la mentira e hipocresía comunes de la sociedad enfermiza en la que vivimos confinados.