Llovía, pero no alcanzaba a divisar más gotas que aquellas trenzadas en un filo hilo anaranjado bajo la farola más cercana. Alrededor, noche oscura y estrellas invisibles; largo tiempo hace ya que perdieron el brillo sobre las ciudades, y hoy día empieza a ser incluso difícil distinguirlas en las afueras debido a la contaminación lumínica. Pocos son ya quienes las miran, ya apenas se les presta atención. Y sin ellas no hay esperanza posible, solo una noche vacía aguardando que llegue un alba pálida que filtre un poco de luz, tan necesaria, entre la cada vez más densa polución que nos hace perder, poco a poco, el olfato y por tanto el gusto, mientras el persistente ruido va terminando con nuestros oídos.
Algunos hombres crecieron mirando las estrellas, aprendieron a orientarse bajo los astros siempre inmóviles, aun a ciegas, aun en medio de la penumbra. Nadie les mira, nadie les escucha sino para reírse, para burlarse quizá con momentáneo y vano alboroto, pero ellos siguen dando órdenes en silencio, su gran aliado, y trazando mapas que puedan tal vez ayudarnos a guiarnos bajo la oscuridad, a tientas, cuando se hayan desgastado todos nuestros demás sentidos.