Las Abiertas

Parecen hechas de un sueño inmaterial, esculpido sobre roca dura, concebido bajo una noche oscura. Pero solo son de tierra, una tierra sorprendentemente fértil en estas latitudes tan meridionales, una tierra que se extiende en la lejanía, abierta como la palma de una mano, descendiendo lenta y sinuosamente hacia montañas con formas irregulares. Conforman una planicie alta, a más de doscientos metros sobre la altura del mar, envuelta de aire limpio y bajo un sol duro, áspero y blanquecino, que enrojece la piel y aviva los sentidos. Por sus venas corren ríos y arroyos de agua a ratos verde, raras veces fangosa, curso arriba helada como el cristal.

Aquí, a pocos pasos del hogar, nuestro hogar, huele a verano eterno, incluso en invierno.

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