Marbella

No estaba muy convencido al principio, pero no me arrepentiría al final. Salimos por la tarde, como es costumbre mía cuando marcho tan al este.

De aquel viaje solo recuerdo que ya era noche cerrada cuando circulábamos sobre la casa de mis abuelos, tan llena de recuerdos, pero no era aquella vez nuestro destino, sino algo más allá, en una ubicación incierta, situada en la misma costa, pero un poco más metida en el mar.

No hubo golpe sordo, pero aún así corríamos un grave peligro sin ser conscientes de ello. Una vez llegados a nuestro destino, una alba urbanización en plena costa del sol, nos dimos cuenta del alcance del daño, plasmado en un reventón en la rueda del conductor. Tuvimos que cambiarla para no dejar la furgoneta coja durante toda la noche. Finalmente nos fuimos a la cama bien entrada la madrugada, cada uno en el colchón más adaptado a sus necesidades, pero no por ello el más cómodo, ocupando todas las estancias de la casa.

A la mañana siguiente, una vez levantados y realizadas todas las tareas necesarias, bajamos todos hasta una piscina que no era sino un pozo en lo más hondo de una colina de césped verde. Aquella tarde comencé a leer la historia de aquel niño desdichado que terminaba bien a pesar de vivir mil y una vicisitudes con una y otra improvisada compañía encontrada durante su largo camino. No sabía que más tarde emprendería un camino parecido buscando el mismo final.

Por la tarde bajamos, más bien nos deslizamos, al mar, reluciente y quieto como una platina, reflejando el brillo del atardecer en escala de grises.

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