Orígenes

Mi padre acostumbraba a llegar bien tarde, visibles ya todas las estrellas, con barro en las botas y olor a monte en las ropas. Su chamarra de cuero pardo conservaba los aromas de todo a cuanto se había acercado durante el día: humo de leña, molletes de harina, lodo del río y matojos; pelo y sangre de oveja. Acercaba las rudas manos al calor de la lumbre para secarse el primer rocío caído de la noche y quitarse las espinas de los dedos y entonces, mientras esperaba a que mi madre volviera a calentarle la sopa de nuestra ya digerida cena, nos contaba historias de hombres que ya no existen, hombres que alguna vez fueron de nuestra familia pero que nadie recuerda aquí ya.

Muchas veces nos contó la historia de uno de nuestros tatarabuelos, quien salió un día de casa, bajó al campo a trabajar y nunca volvió. Días más tarde lo encontraron tendido sobre un sendero que habría recorrido miles de veces, con la nariz metida en un charco de fango y los dientes apestando aún a alcohol. Maldecíamos las viejas historias de familia que acababan mal, de nuestros parientes renegados de pueblos cercanos pero aun así rivales, del rencor de amantes robados, de hermanos separados y de herencias derrochadas o perdidas, pero nuestro padre decía que a la familia siempre hay que apoyarla y recordarla, pase lo que pase, porque nadie más lo hará por nosotros y nadie compadece los errores ajenos, sino que los aprovecha a su favor y para nuestra desgracia durante generaciones.

Nos hablaba también de caminos siempre ocultos bajo la eterna sombra de valles históricos, entre árboles antiguos y precipicios de roca caliza, de pinos reluciendo bajo el brillo del atardecer, de la primera estrella sobre la montaña que le mostraba la dirección que había de tomar para volver cada noche a casa. Del color del agua del río una vez caída la noche y del continuo cantar del río por la noche, cuando todo el mundo duerme y todas las voces se han callado.

Nos insistía en la importancia de las tradiciones y en no olvidar nuestros orígenes ni consentir que nadie se burle de ellos por desconocimiento o insensatez; aunque salgamos afuera a ver mundo y aprender nuevos oficios, siempre habrá un hogar al que ansiemos volver sobre todas las cosas antes de morir, un hogar que amar y proteger.

Veroño

Desde hace ya algunos años, el calor se extiende algo más de lo permitido una vez pasado el verano; unos dicen que siempre ha sido así, otros que es obra del cambio climático, aunque en estos tiempos ya no se puede hablar con seguridad de nada, dado que todo debe ser relativo y sometido a examen por autoridades incompetentes en mayor o menor medida. Mi balance de este año es que jamás había pasado tanto tiempo esperando ni viendo tantos días pasar en balde, ni escuchando consejos estúpidos emitidos desde la distancia por parte de personas que no se los aplican.

Este verano no hemos visto más barcas que los vagones de mercancías provenientes del puerto ni sentido más agua salada que las pocas gotas fangosas despedidas por alguna tormenta eléctrica aislada de mediados de agosto. Ha sido un verano largo y sacrificado, lleno de soledad y prácticamente falto de apoyos, casi ascético, que ha dado para muchas reflexiones, pero sobre todo para observar comportamientos ajenos, de los cuales siempre se puede tomar nota para no cometer errores en el futuro ni malgastar energías que no nos sobran en gente que no merece la pena nombrar siquiera.

El veroño, veranillo de San Miguel o como quieran llamarlo es una época confusa que huele a otoño a ratos pero bajo un sol que pica y escuece sin llegar a calentar lo suficiente el agua estancada como para apetecer darse un baño. Es una época propicia para terminar de perder amistades tras el largo periodo estival durante el cual cada uno se pierde por su cuenta en ese entramado de ilusiones temporales que apenas si dura un trimestre pero al que sigue un curso académico o laboral (para el que se rija por las leyes del Estado) largo, larguísimo y tedioso.

Con todo, es momento de recomenzar y seguir aprendiendo, una vez más, de todo cuanto acontece. Al fin y al cabo la vida es eso, o algo parecido nos vendieron.