Veroño

Desde hace ya algunos años, el calor se extiende algo más de lo permitido una vez pasado el verano; unos dicen que siempre ha sido así, otros que es obra del cambio climático, aunque en estos tiempos ya no se puede hablar con seguridad de nada, dado que todo debe ser relativo y sometido a examen por autoridades incompetentes en mayor o menor medida. Mi balance de este año es que jamás había pasado tanto tiempo esperando ni viendo tantos días pasar en balde, ni escuchando consejos estúpidos emitidos desde la distancia por parte de personas que no se los aplican.

Este verano no hemos visto más barcas que los vagones de mercancías provenientes del puerto ni sentido más agua salada que las pocas gotas fangosas despedidas por alguna tormenta eléctrica aislada de mediados de agosto. Ha sido un verano largo y sacrificado, lleno de soledad y prácticamente falto de apoyos, casi ascético, que ha dado para muchas reflexiones, pero sobre todo para observar comportamientos ajenos, de los cuales siempre se puede tomar nota para no cometer errores en el futuro ni malgastar energías que no nos sobran en gente que no merece la pena nombrar siquiera.

El veroño, veranillo de San Miguel o como quieran llamarlo es una época confusa que huele a otoño a ratos pero bajo un sol que pica y escuece sin llegar a calentar lo suficiente el agua estancada como para apetecer darse un baño. Es una época propicia para terminar de perder amistades tras el largo periodo estival durante el cual cada uno se pierde por su cuenta en ese entramado de ilusiones temporales que apenas si dura un trimestre pero al que sigue un curso académico o laboral (para el que se rija por las leyes del Estado) largo, larguísimo y tedioso.

Con todo, es momento de recomenzar y seguir aprendiendo, una vez más, de todo cuanto acontece. Al fin y al cabo la vida es eso, o algo parecido nos vendieron.

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