En tus ojos

Veo aún el brillo de nuestro primer baile juntos, sin saber aún cómo vestirnos para gustarnos el uno al otro, sin saber siquiera si nos gusta lo que estamos haciendo, entre luces de neón y sombras, mientras fuera cae una cortina de agua helada que no nos preocupa en absoluto porque no recordamos que es de noche, ni que habrá que volver a casa pasadas unas breves horas. Ni siquiera recordamos que el tiempo existe ni aun así cómo se mide. Solo nos sentimos.

Recuerdo cómo subimos, desembragando, aquella larga cuesta en Málaga que antaño, un siglo atrás, bajara mi abuelo en bicicleta. El coche se iba para atrás en cada semáforo, pero aun así logramos que subiera hasta el Puerto de la Torre, aun más rápido que el descapotable que teníamos al lado.

Todo al son de esta canción, que acompaña bien casi todo, como una amable invitación al primer beso, larga y esperada sorpresa, punto de partida de una larga historia que cambiará totalmente nuestras vidas para siempre.

Dos

Para mí el dos siempre fue un número de color rojo, mi preferido entre todos aquellos contenidos en la escala cromática. Tengo la suerte de vivir en la década roja, la segunda del segundo siglo de nuestra era. Creo firmemente que las segundas partes a veces pueden ser no solamente buenas, sino incluso mejores que la anterior, superando la frialdad aún no del todo esbozada de la primera vez.

Es increíble descubrir cómo una historia se te mete en la cabeza, más que una idea, mucho más que un estudio, una obsesión por alguien del sexo opuesto o una persecución profesional o monetaria. Necesitamos historias, precisamos de aquellas palabras que antaño nos hicieran temblar de miedo o de felicidad antes de irnos a dormir y con cuyos episodios soñábamos enriqueciendo nuestra imaginación, única arma contra la rutina. Y esto es porque a vivir no nos enseña nadie, ningún manual ni ninguna otra persona con otros medios y experiencia, nadie nos enseña más que una buena historia.

Aún recuerdo cómo empezaba aquel relato inconcluso que iniciamos a medias, como casi siempre, con un viaje inesperado bajo la sombra de la noche hacia la dirección sobre la que acostumbra a aparecer el sol entre viejas almenas de piedra, reluciendo sobre las losas de mármol apiladas en la fábrica de un camposanto.