Desigualdad y Poder

Hace exactamente dos años me embarqué en la aventura de reunir todos mis escritos, acumulados a lo largo de una vida, en un blog público, y utilizar tal herramienta para seguir escribiendo. No era el primer intento, pero hasta entonces no había encontrado en mí la paz y serenidad necesarias para poder arrojar mis palabras a la estratosfera digital, ante todos los ojos posibles. No digo por ello que esto me haya hecho ser más audaz, inteligente o maduro que antes, quizá todo lo contrario, pero es una necesidad más imperiosa que el propio sentido común.

Cuando publiqué mi primera entrada en este espacio, describiendo la situación vivida en plena pandemia, me encontraba nervioso como todo el mundo ante la perspectiva de verme encerrado en casa por obligación, bajo una dictadura política con pretextos sanitarios que poco a poco hemos ido venciendo. Ahora se avecina otro gran peligro, algo inimaginable en los últimos treinta años: el despertar de antiguos poderes que habían dormitado en silos bajo tierra durante décadas sin perder por ello en un ápice su fuerza. Durante varios días he preferido escuchar y leer las noticias sin pronunciarme al respecto, pero ya no puedo seguir callado ante la indignación que me supone oír a personas que no me han presentado decidir públicamente sobre el destino de la humanidad o incluso amenazarlo sin miramientos.

Los de mi generación somos hijos crecidos entre crisis económicas, guiados por ideas obsoletas y mal aconsejados por personas que no cuentan con la misma experiencia vital, pero en cambio no habíamos vivido hasta ahora un preludio similar al del siglo pasado que ahora se está acelerando. Existe, en efecto, un paralelismo atroz entre estos años y los que iniciaron el siglo anterior al nuevo milenio, acrecentado por los innumerables peligros que ha traído el progreso humano, que ha perdido su razón de ser y se ha puesto únicamente al servicio de los poderosos, con todas las consecuencias que ello implica.  

En momentos como este valoramos lo que es tener un Ejército y la siempre discutida palabra Defensa, aunque haya todavía voces que piensan que protegerse es provocar. No se trata de un capricho cuando el vecino tiene más capacidad que tú. A veces el mundo te obliga a seguir la corriente para sobrevivir y que no te trague la tierra antes de tiempo.

Creo que nuestra sociedad occidental, próspera e insatisfecha, padece de dos males sobre todo, derivados por supuesto del egoísmo, que son la desigualdad, acrecentada por las crisis y el teatro que hay detrás de la cualificación, caldo de cultivo de las envidias y comparaciones, generadoras de conflictos, y por último, pero no menos importante, la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Nos da igual todo con tal de que no nos pase a nosotros. Y esta es la clave para nuestra redención, si algún día caemos en la cuenta de lo que estamos haciendo y de lo que nos conviene cambiar para el futuro, si es que queremos tenerlo.

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