Sobre la figura de Cristóbal Colón, fuertemente vinculado a mi ciudad natal por ser en ella donde habitó algunos años de su vida oculta, anidan las medias verdades, las invenciones e incluso a veces el mito del navegante aventajado y omnisciente, tal como un Ulises de la Edad Moderna. Entre las muchas frases atribuidas sin certeza al Almirante, hay una que siempre me ha llamado mucho la atención. Viene a decir algo así como que al principio del viaje siempre hay esperanza, todo es alcanzable, todo es posible. El preludio da rienda suelta a la imaginación y al ensoñamiento frente al mar, ese páramo que hemos de atravesar en su totalidad. Luego llegamos al destino y nos acostumbramos a habitar en él, a colonizarlo hasta convertirlo en algo sin originalidad, hasta hacerle perder lo que lo hacía especial. Una vez alcanzado el objetivo, nuestra razón de ser se difumina y necesitamos otra nueva meta, otro terreno que cultivar, otro océano que surcar. Siempre precisamos de una nueva motivación para avanzar en nuestra penosa y a la vez ilusionante existencia.
Pienso que el ansia de conocimiento es nuestra mayor ilusión; un hombre que se precie, en el fondo de su corazón, lo que ansía es llegar a conocer más, averiguar y entender todo aquello que se le presenta como fuera de su alcance, bien por habérsele negado o porque estaba demasiado lejos para el estándar de su época, algo así como el regocijo infantil al enterarse de un cotilleo o un bombazo informativo, pero, una vez lo consigue, esa dicha se disuelve tras olvidar la excitación del momento, quizá suponiendo el precio que hemos de pagar por el esfuerzo recorrido y el desgaste emocional y físico (cerebral) que ello conlleva. Quizá por ello hay dos posibles conductas frente a lo desconocido, alternativas a contemplarlo con asombro: ignorar que existe y es único, y que vale la pena estudiarlo, algo propio de los mediocres, o quedarse en la superficie por miedo a sondar los abismos y perder el interés por ellos tras haberlos cartografiado por entero. En mi caso, me inclino más por la última opción, por eso aprendo despacio, saboreando sin presión cada etapa por miedo a aburrirme. Es en el camino, en el proceso, donde está lo interesante.