Parafernalia

Vivimos tiempos convulsos, en los cuales hay que tener mucho cuidado con lo que se dice, ya no solo por no ofender a personas con otros modos de ser, creer, actuar y pensar, sino más bien por no perder todo el crédito de una supuesta mayoría que en realidad no es tal (la mayoría ni siente ni padece, solo quiere fiesta), lo cual supone un cierto temor para el ciudadano de pie por su posible impacto en su vida personal, ya que a no ser que seamos primogénitos de la realeza y tengamos nuestras finanzas a buen recaudo, todos somos vulnerables a la opinión popular, al venerable que tanto aplaude como sanciona. La libertad de expresión actual termina donde el prójimo menciona uno de los incuestionables dogmas oficiales aceptados por la sociedad, los mismos con los que los medios de comunicación, en manos de mercenarios y manipuladores, nos bombardean a diario a través de sus obedientes becarios. Ninguno de nosotros ha participado en esos consensos sociales donde se determinan cuáles son las normas de comportamiento aceptables o cuáles las formas de pensamiento tolerables, pero estamos obligados a seguirlas (incluso promocionarlas) para no hacer el ridículo ante la galería o para no ser objeto de la crítica que trabaja al servicio de los dictadores.

Antes solo escuchábamos a quienes contaban con el beneplácito de los medios, sin embargo ahora todo el mundo tiene un canal abierto mediante el cual expresar sus malas digestiones, a veces con mayor o menor puntería. No por ello contarán con la publicidad o el apoyo adecuados para hacerse virales, pero al menos todos tenemos la oportunidad gratuita de lanzar nuestras palabras al viento, lo cual es al mismo tiempo un privilegio y una responsabilidad no soportable para todos. Sin embargo, rara vez veremos nombre y apellidos reales en aquellos que se divierten desacreditando o directamente insultando opiniones firmadas y legítimas. En la parafernalia de la libertad anónima de Internet hay poco interés en la transparencia. Por eso quizá tengamos que tomarnos mucho (infinitamente) menos en serio las opiniones, la gente y, sobre todo, los medios.