Sucede que una madrugada fría de otoño cambia la vida de tres personas al mismo tiempo, entre agujas amigas, sonrisas ajenas y contracciones de color verde, mientras el latido rojo va percutiendo el tocómetro. Somos partícipes de la guardia del viernes por la noche y recibimos el trato de ángeles vestidos de verde y celeste que nos ayudan en esta póstuma fase de traerte al mundo.
La larga espera de meses se hace carne, las ilusiones alargadas y desvanecidas retornan al corazón de un padre irritado y cansado pero no por ello ausente, aunque muchos lo piensen. Sigo vivo y alerta, igual que tu abuelo desde el Cielo, aunque quizá no con su característico humor. Tal vez sea porque a lo mejor me ha tocado ser ambas cosas para ti: padre y abuelo, y no doy abasto.
No te aburro más con mis reflexiones ya cercana la hora más larga de la noche, mientras ansío verte la cara y escucharte llorar por primera vez, privilegio que solo tu madre, yo y los afortunados citados a este turno tendremos hoy.
Llega tu momento, vívelo con ganas desde el primer día. Ya habrá tiempo de pelear.
Bienvenido a casa, Martín.
