Llega tu momento

Sucede que una madrugada fría de otoño cambia la vida de tres personas al mismo tiempo, entre agujas amigas, sonrisas ajenas y contracciones de color verde, mientras el latido rojo va percutiendo el tocómetro. Somos partícipes de la guardia del viernes por la noche y recibimos el trato de ángeles vestidos de verde y celeste que nos ayudan en esta póstuma fase de traerte al mundo.

La larga espera de meses se hace carne, las ilusiones alargadas y desvanecidas retornan al corazón de un padre irritado y cansado pero no por ello ausente, aunque muchos lo piensen. Sigo vivo y alerta, igual que tu abuelo desde el Cielo, aunque quizá no con su característico humor. Tal vez sea porque a lo mejor me ha tocado ser ambas cosas para ti: padre y abuelo, y no doy abasto.

No te aburro más con mis reflexiones ya cercana la hora más larga de la noche, mientras ansío verte la cara y escucharte llorar por primera vez, privilegio que solo tu madre, yo y los afortunados citados a este turno tendremos hoy.

Llega tu momento, vívelo con ganas desde el primer día. Ya habrá tiempo de pelear.

Bienvenido a casa, Martín.

Los cuarteles que daban las espaldas al alba

Nací de buena mañana rodeado de ruinas, a mediados del mes de los muertos, cuando aún hacía frío en noviembre, bajo la pálida luz del sol de otoño naciendo tras las vías del tren. Siempre he sentido un estremecimiento a esa hora del día, recuerdo quizá de un tenso momento sufrido del que aún no me he recuperado del todo.

Esbozo parte de esos recuerdos cuando atravieso el camino del tren, las pocas veces que consigo levantarme temprano, observando desfilar las fachadas de ladrillos de los cuarteles abandonados, tapando los primeros rayos del sol naciente. Recuerdos de una vida de la cual es imposible acordarse, puesto que apenas sí la he vivido, pero sin embargo está ahí.

Aún me dice algo el sol que sube desde el este y le encuentro significado, igual que a todo el recorrido del tren, surcando la tierra entrecortadamente, entre el amanecer y el ocaso.