Hace falta, lo admito, un tanto de picaresca para enfrentarse al mundo actual y no acabar herido de muerte. Tomarse muy pocas cosas en serio suele ser un buen remedio para gestionar la frustración, pero no resulta suficiente. Todos necesitamos cumplir, al fin, con esa persecución vital de lograr una meta, un objetivo en la existencia, aunque dudo que se trate de algo interno nuestro, de un instinto tan animal como revolverse contra el hambre, el dolor y la muerte, sino más bien una idea introducida en nuestra mente por los mayores manipuladores de la educación capitalista, siempre al servicio del dinero y de la explotación humana.
Los límites, reglas y prohibiciones son únicamente inventos de un sistema que solo quiere obreros obedientes y sumisos en sus filas, algo que comienza a tornarse cada vez más sencillo de conseguir en un mundo globalizado. Siempre hay alguien en alguna parte dispuesto a perder su dignidad a cambio de unas monedas o algo de prestigio, aunque solo le sirva de algo en ámbitos muy determinados. Los títulos y cargos del mundo empresarial y académico valen actualmente más bien poco; suelen aumentar el salario en una proporción limitada sobre el punto de partida inicial y entrañar muchísima responsabilidad y deberes no gratificados además de convertirse en un pretexto, en realidad un soborno, para presionarnos a actuar de una manera forzada, incluso contraviniendo nuestro ser, lo más grave e inhumano de todo.
Ambos mundos, empresarial y académico, a la vez se parecen y se repelen, con la importante diferencia de que en el primero se gana poco dinero al principio y según vayan las cosas se ganará algo más, en mayor o menor proporción si se continúa allí, mientras que en el segundo no se gana ya apenas nada puesto que su discutible utilidad práctica hace ya décadas que entró en profundo declive, salvo la de instaurar normas que nos costará una vida romper, aunque esto sin duda nos liberará profundamente. Rompe los límites.