Partida

Caía la noche sobre el asfalto. Mis pasos me llevaban hacia el este, el origen de todo, bueno y malo. Quizá para el enemigo el mal fuésemos nosotros, pero nadie quiere asumir ser malo para nadie. Faltaban dos horas al menos para ver el alba desteñir el horizonte oscuro, imposible de distinguir tras la hilera de árboles apostados junto a la valla.

Pasó un tren silbando pesadamente, despacio para no despertar a los vecinos. El tren de la guerra, nuestro tren. Hacía frío. Nos pusimos en marcha. Nuestras botas portaron el rocío de la madrugada al interior polvoriento del vagón.

Hablamos poco, casi nada. Nos entrenaron para renunciar a todo cuanto amábamos, salvo por pequeñas bocanadas, y aquello nos hizo supuestamente fuertes e inmunes al dolor y al miedo a la pérdida, pero en cambio nos hizo perder identidad.

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