Después de la tormenta

Al poco de que cayera casi toda la oscuridad del cielo llegaron juntos el sol y la calma. Una abubilla bebía de un charco que reflejaba la vía del tren bajo la última luz del día. Dos niños caminaban dando tumbos en torno al agua estancada, a riesgo de mojarse los pies o ensuciarse de barro.

Al fondo, en la no tan distante lejanía, se veía la granja, los últimos campos que la ciudad aún no había conquistado por extenderse sobre el lado virgen del río.

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