Decía el cardenal Richelieu entre otras muchas cosas que «la traición es cuestión de fechas». Se trata de un personaje que en la ficción resulta malévolo e interesante a partes iguales (como suelen ser todos los villanos inteligentes), y no le falta razón cada vez que sienta cátedra. Hagamos lo que hagamos, siempre le vamos a estar tocando los huevos a alguien, no importa que llevemos las mejores intenciones. Debido a esto, la nueva ideología woke impone que tengamos en cuenta todos los puntos de vista y no hagamos lo que pueda herir a otras sensibilidades, aunque resulta difícil porque siempre va a haber alguien descontento con nuestras acciones. Lo mejor en el mundo actual es no hacer nada, no actuar en absoluto, ya que casi todo el mundo se conforma con soltar sus gilipolleces de turno en el bar y levantarse al día siguiente a seguir maldiciendo por no poder cambiar su vida solo hablando. Pero parece que hacer ciertas cosas por alguien, por un tercero —normalmente alguien débil o inocente a quien amemos sobre todas las cosas, aunque también se aplica a Dios—, justifica que podamos herir a quien sea tomando partido. Quizá sea cierto, tal vez no. No lo sé, es viernes por la noche, llueve y estoy cansado de la semana y de las ocurrencias de la peña. Quizá sean solo tonterías.