Reseña: El Bosque, por Jesús Callealta

Presentamos el próximo lanzamiento de El Bosque, primera novela de Jesús Callealta.

El Bosque es una novela moderna, inspirada en el pueblo homónimo de la serranía de Cádiz y sus alrededores, donde se describe la tranquila vida de unos pocos habitantes y la llegada de un extraño visitante con un inquietante pasado buscando respuestas.

A través de su prosa mordaz, plagada de monólogo interior, penetramos en la mente del autor a distintos niveles hasta llegar a sus más primarias motivaciones y descubrir el sentido final de aquel viaje que no solo le terminará cambiando a él, sino a todos los que tengan la fortuna o desgracia de cruzarse en su camino, según el caso.

En medio de todos los tormentos recreados por el protagonista a medida que avanza en la historia, entre sus ascensiones a los montes, visitas a los pueblos de la zona, encuentros con nuevas personas y continuos desvaríos, asistimos a la reordenación de su vida, de la cual nos hace testigos por entero en este intervalo, hasta llegar a la más extrema intimidad. Por otro lado, este libro es un canto a la Sierra, a las gentes que la habitan y guardan, y a la naturaleza sublime, la cual, si la escuchamos con atención, nos recuerda constantemente de dónde hemos venido. 

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Con @ de arroba

Como muchos, recuerdo tiempos pasados mejores, en los que no nos hacía falta mostrar a la sociedad cómo somos o queremos dar la impresión de ser, dónde vamos o qué hacemos. O lo que parece que estamos haciendo, al menos en el momento de posar frente a las cámaras. Internet convirtió de un plumazo —eso nos parece ahora— el mundo en una red invisible interconectada y casi sin fronteras, el gran hermano final: la destrucción de la privacidad por una aparente voluntad propia que no es tal. A día de hoy ya nadie se puede permitir estar ilocalizable a no ser que sea por una elección anti natura. Los tiempos de espera han acabado, se pasan más entretenidos, también terminan más rápido los importantes, ya que nos los perdemos prestando atención a las continuas evasiones que nos ofrecen los reels. Lo que no sabíamos era que acabar con el aburrimiento acabaría también destruyendo nuestra imaginación y, por ende, nuestros sueños. Vivimos en la dictadura compulsiva de seguir y aspirar a ser seguido, no sabemos vivir sin tener, al menos, un atisbo de relevancia pública ni sin sentirnos constantemente valorados aunque no importe por quién, con tal de que sea por alguien, en una eterna mentira retroalimentada por los trending topics de cada momento, encerrados en una carrera de hámsteres eterna sin saber quiénes somos ni qué queremos, corriendo detrás de nuestras dudas, incertidumbres y deseos.

Mientras las empresas tratan de averiguar cómo extraer más valor de nuestros likes y reposts y ofrecernos cada vez más productos que no necesitamos; mientras creadores de contenido se exprimen los sesos intentando lograr más visibilidad en sus aportes diarios a la nueva biblioteca en la nube de la humanidad, hay otras personas —más de las que pensamos en realidad— que son felices viviendo sus vidas sin compartir nada, guardándose sus logros para ellos y resolviendo sus dolores hablándolos directamente con los implicados. Suelo pensar que quizá ellos han encontrado la verdadera felicidad haciendo las cosas que hacen y no necesitan la aprobación de los demás para sentirse valorados. Qué suerte tienen, cómo los envidio, son prácticamente las únicas personas que gozan del invisible lujo de mi admiración. Ojalá todo el mundo le dé otra vuelta en algún momento a cómo vivir mejor, a cómo vivir de verdad. Ya es tiempo de una revolución contra las otras revoluciones insulsas del progreso.

Prólogo

Desde la puerta abierta de par en par tras aquel cortijo bendito, perdido en medio de los campos, veía el horizonte: marismas, campiña infinita, al fondo sierra y algo más allá el sempiterno mar. Todo cuanto ansiaba estaba a mi alcance inmediato: me cabía en la palma de la mano. El alcohol y la euforia de aquella fiesta, largamente esperada y temida a partes iguales, encendieron mi ánimo y, por unas horas, bailando, comiendo y riendo, me sentí del todo inmortal, hasta que me sorprendió el rumor de la noche y de su eterno misterio sobre el mundo.

Amplitud de miras

Decía el cardenal Richelieu entre otras muchas cosas que «la traición es cuestión de fechas». Se trata de un personaje que en la ficción resulta malévolo e interesante a partes iguales (como suelen ser todos los villanos inteligentes), y no le falta razón cada vez que sienta cátedra. Hagamos lo que hagamos, siempre le vamos a estar tocando los huevos a alguien, no importa que llevemos las mejores intenciones. Debido a esto, la nueva ideología woke impone que tengamos en cuenta todos los puntos de vista y no hagamos lo que pueda herir a otras sensibilidades, aunque resulta difícil porque siempre va a haber alguien descontento con nuestras acciones. Lo mejor en el mundo actual es no hacer nada, no actuar en absoluto, ya que casi todo el mundo se conforma con soltar sus gilipolleces de turno en el bar y levantarse al día siguiente a seguir maldiciendo por no poder cambiar su vida solo hablando. Pero parece que hacer ciertas cosas por alguien, por un tercero —normalmente alguien débil o inocente a quien amemos sobre todas las cosas, aunque también se aplica a Dios—, justifica que podamos herir a quien sea tomando partido. Quizá sea cierto, tal vez no. No lo sé, es viernes por la noche, llueve y estoy cansado de la semana y de las ocurrencias de la peña. Quizá sean solo tonterías.

Stultorum Infinitum est numerus

«El número de los idiotas es infinito» según reza en algún sitio la Biblia, el primer libro impreso y sin duda el más importante de la historia de la humanidad, mal que le pese a algún inculto. No puedo estar más de acuerdo con esta rotunda afirmación aunque la traducción sea libre (para mí la palabra «tonto» no tiene la misma fuerza que «idiota», por eso la he tomado prestada), y aunque sin duda puedo estar incluido en ese grupo mayoritario de personas que a veces creen tener la razón absoluta cegadas por su inocente orgullo y escasa visión periférica (qué limitados somos), sí soy capaz de distinguir la paja en el ojo ajeno a través de la viga de luz reflejada directamente en mi iris.

Lo que más me ha fascinado siempre de la estupidez, característica que he ido estudiando a lo largo de los años, es que es muy contagiosa, transmitiéndose mayoritariamente entre las personas que conforman una comunidad cualquiera, sea cual sea la excusa para comenzar su constitución: familia, vecindario, parroquia, colegio, mercado, autoescuela… No importa mucho el origen, solo el fin, que no es otro que el de sentirse acompañado por personas, aunque no tengan nada o muy poco en común con uno mismo. Siempre se trata de la misma historia. Por eso he visto a tantos (y sobre todo a tantas) intentando encajar y cambiar su personalidad individual por la común que les insiste en adoptar el grupo, renunciando a perseguir sus propios fines.

Cada vez que veo a uno de estos errores vitales, mi repugnancia es tal que me anima a continuar mi propio camino con más brío. Nada humano me es ajeno ya a estas alturas, puedo entender las circunstancias y situaciones de cada uno, pero al final las elecciones son siempre nuestras. Y eso es lo único importante.

Después de la tormenta

Al poco de que cayera casi toda la oscuridad del cielo llegaron juntos el sol y la calma. Una abubilla bebía de un charco que reflejaba la vía del tren bajo la última luz del día. Dos niños caminaban dando tumbos en torno al agua estancada, a riesgo de mojarse los pies o ensuciarse de barro.

Al fondo, en la no tan distante lejanía, se veía la granja, los últimos campos que la ciudad aún no había conquistado por extenderse sobre el lado virgen del río.

San Eloy

Es mi lugar preferido en Sevilla para realizar breves actos de contrición, tanto si la culpa fue mía como si no, nunca me queda del todo claro, si es posible mejor con una cerveza en la mano y un serranito en la otra; el resto de las tapas y en especial las tartas vegetales no las aconsejo. Te sientas en esas escaleras de azulejos, incómodas, a esperar a que llegue tu adversario, porque no cabrías sentado en la planta de arriba, la cual es solo es medio piso. Y allí esperas lo que el destino y tu buen hacer os deparen a ambos durante unas cuantas horas.

Es en ese lugar donde quedas con quien durante años no quisiste ver, contra quien tenías toda clase de argumentos vomitivos y cargabas todo el peso de tu fingida indiferencia. Porque la indiferencia siempre es fingida, los humanos somos curiosos por naturaleza y nada es invisible a nuestros ojos salvo por ignorancia. Pueden pasar los años y aún recordamos los dos apellidos y el día en que nació esa persona por quien nos afanamos en no volver a cruzarnos. Pero quizá no fuiste tú el primero en dar la espalda, quizá te hicieron el vacío primero, cosa muy frecuente en estos tiempos insulsos.

No obstante, con el paso de los años me ha quedado bien clara una irrefutable verdad: los amigos no se pierden, se dejan marchar.

Madrugadores

Nunca me ha gustado levantarme temprano, diría incluso que es algo completamente antinatural. Levantarse antes de que salga el sol y empezar a hacer cosas sin ton ni son, cumpliendo un horario impuesto que pone a prueba nuestros límites biológicos cada día.

Sales —con algo de suerte motorizado— a la calle, fría como un témpano de hielo, sorteando faros y algunos valientes en bicicleta o patinete eléctrico, dejándose la pobre piel cada día sobre el asfalto gélido, mientras otros duermen a pierna suelta hasta que les place, ganando años de vida a costa de los nuevos esclavos modernos.

Aquellos son los verdaderos héroes: la gente de a pie, el pueblo en la calle. No quienes los gestionan y aun menos quienes siendo iguales a ellos se consideran superiores por vivir en otro barrio, tener una casa más grande habiéndose endeudado más o simplemente no trabajar para tener lo mismo. Y sobreviviremos a los malos gestores y sobre todo a los idiotas que forman parte de la plebe sin considerarse como tal. Ya lo dijo Richard Ford: «el pueblo español es muy superior a sus dirigentes y clases altas». Quizá porque las clases altas a menudo vinieron de fuera y aunque se han mimetizado con la población siempre han defendido y resaltado hasta el tedio popular sus apellidos foráneos de aborrecibles consonantes y preposiciones. Pero no son sino los desechos, los exiliados de familias de afuera y allende, privados desde hace tiempo de todo resto de linaje o antiguo señorío.

Silencio entre narcisistas

Que el narcisismo está de moda en España no es nuevo. Hoy día el éxito se considera en parámetros populares dentro de una línea difusa entre disponer de medios económicos algo por encima de la media; tener suficiente tiempo libre para poder disfrutar de ellos y el control de uno o varios grupos de personas que sigan nuestra estela y retroalimenten nuestra vanidad. La juventud ha adoptado el modo de vida influencer: se centran mucho en las apariencias (el físico tiene que ser agradable de ver, mejor si quitamos ropa y contratamos a un fotógrafo que saque a relucir nuestras escasas virtudes que no son desde siempre, sino fruto de algunos días sueltos de gimnasio); en el contenido (vacío pero bien estructurado, como una película de J.J. Abrams), y la cantidad de seguidores que es lo único que le importa a los medios de comunicación, ya que se han sumado a la tontería integral, seguramente por el hecho de que ya no contratan a periodistas sino a  becarios, igual que ya todos los funcionarios de nueva hornada son interinos, los médicos eternos residentes o cubriendo bajas una detrás de otra, y un largo etcétera de intentos frustrados de profesionales.

No tiene mucho sentido tratar de crear relaciones duraderas con narcisistas y gente estúpida porque eso sólo puede traer malas consecuencias: a saber, aceptar los defectos de los demás, asumirlos como propios y sumarse a la panda de los incompetentes yendo a la caza del que va por libre, o bien sufrir constantemente por no vernos reconocidos entre toda esa mediocridad y sintiéndonos apartados del grupo al que forzosamente nos vemos socialmente obligados a acercarnos.

Mejor es filtrar y quedarnos con pocas personas a las que tratar directamente que no nos supongan carga mental y que nos den alegría y un hogar por el que pelear, o al menos algo que se le parezca. Allá donde te cuiden y te juzguen lo menos posible, sobre todo económicamente hablando, allí es.

Promesas en la piedra

Mañana fresca sobre pizarra.

Tarde de cristales relucientes.

Noche de verano constelada.

Un plato de surtidos de caza:

cena bajo viento de levante.

Fin del día, cumbres encendidas,

huele a campo y a sombra errante.

Tiempos pasados, tiempos felices.

Niños creciendo al sol poniente.

Recuerdo promesas en un puente.

Las aguas viajeras las derivan,

por otros campos, a otros países.

El Bosque, 31 de mayo de 2024.