Es un misterio, un misterio espléndido. Que por una vez las palabras se hagan realidad, los nombres pasados se hagan huesos y los verbos presentes, músculos en movimiento. Pero dentro del todo está ese niño viajero que conduce ese maravilloso cuerpo a través de la noche del tiempo. Aún no sé mucho de esos viajes por el cosmos que hacéis hasta llegar a una familia, la que os toca, a veces mejor, a veces peor, pero que siempre será la vuestra. Esos padres que harán todo lo que puedan aunque a veces no sepan hacerlo, esos hermanos con quienes os sentiréis acompañados al principio, junto a quienes creceréis pugnando por las migajas que caen de la mesa, y que al final acabaréis queriendo aunque no siempre podáis veros. Esos tíos tuyos que a veces se reúnen y el resto del año puede parecer que no existen, porque están en otras cosas, más o menos importantes, pero que alguna que otra vez te sorprenden y normalmente para bien.
Esos abuelos que os querrán desde ahora durante todo el resto de su vida, hasta en su lecho de muerte, que bajo secreto de confesión te aprietan la mano y te dicen que no olvidan lo que has hecho por ellos, aunque tú sabes que no fue suficiente, que nunca podrá serlo. Y esperas en el fondo de tu corazón llegar a ser para alguien, para un niño que aún no conoces, parte al menos de lo que tus abuelos fueron para ti, aunque no te lo creas. Quiérelos mucho porque duran poco, y al partir se llevan toda tu alegría con ellos. Después, nada volverá a ser lo mismo.
Marcos, disfruta del camino que andas de la mano de quienes ya lo han recorrido. Camina junto a tus hermanos y no los dejes nunca. Cuando yo no esté a tu lado sujetando tu mano, ellos sí estarán.
