Feria

Tienes una sonrisa que enamora,

ojos color de bosque que relucen

y el pelo de oro por los muchos soles

que coronaron la Sierra en verano.

Vistes Sevilla y flamenca sin serlo.

De lunares blancos la falda negra.

Piernas albas sobre zapatos rojos.

Rostro plateado por las estrellas.

A Sevilla vienes e irás desde el sur.

Porque sureños son tus apellidos,

que suenan a familias ancestrales

y más ancestral aún es tu nombre.

Bailas siempre a solas entre la gente

y pegas a mi oído los labios,

pero luego sigues bailando libre

sobre el albero gastado de días.

Todo es mentira

Nada o muy poco es cierto en el mundo actual. Las telarañas de mentiras cubren, al igual que la omnipresente contaminación, todas las calles de nuestras ciudades, levantadas a base de engaños durante siglos de fallidos intentos de civilización. La publicidad y el marketing son la madre de todas las mentiras y componen el legado del siglo XX, el cual trata de perdurar en el nuevo milenio, pero empieza ya a pudrirse en un mundo acelerado por los cambios económicos y sociales. Todo se basa en engañar a otros para que gasten lo poco que tienen o que apenas les queda en cosas que no les hacen falta. Y más efectivo es mientras más grande es la mentira. La apariencia de llevar lujo y riqueza aparejados no te hace mejor persona, solo es reflejo de la imagen que quieres dar, pero es más fácil atraer a otros a cumplir tus deseos dando esa imagen que dando la auténtica, la de un simple y débil ser humano. Todo se basa ahora en mentir y hacer convincente tu mentira, con el fin de sacar provecho de ello. Esta es la base de casi todas las empresas humanas con ánimo de lucro, la base de vida de familias enteras que tratan de pisotear al resto de familias que les dan trabajo y consumen pagando el fruto de su propio trabajo.

Quaranta

40 es un número, si no sagrado sí legendario; es el número de los ladrones orientales que custodiaban la cueva de los tesoros, el número de días tras el cual suele pasar algo extraordinario si se viven con fe, esperando en ayuno y abstinencia.

Es el número que da nombre a los meses que preceden a la primavera. El número simbólico que duró el Gran Diluvio sobre la Tierra entonces conocida, los mismos días que tardó Dios en esculpir para siempre en diez trazos los Mandamientos sobre roca.

Cuarenta son los días que llevamos encerrados sin clamar por nuestros derechos ni libertad, cuarenta son las derrotas diarias sufridas hasta ahora.

Quizá sea ya la hora de despertar del largo letargo cuaresmal y comenzar de veras la Pascua de Resurrección.

Primavera

Salió el sol, los primeros cálidos rayos de esperanza que llegarán junto al esperado mes de mayo. Por fin se ve la luz al final del túnel, pero aún queda mucho camino por recorrer y los últimos metros que quedan hasta la meta son los más peligrosos, puesto que la confianza nos puede cegar y hacernos dar un último traspiés. Las lluvias frías de abril me han dado que pensar durante las largas noches de insomnio; han limpiado el aire y las paredes de cal de la calle; han fregado los adoquines del suelo y luego el agua se ha secado mucho antes de lo que esperaba. Ahí es donde me he dado cuenta de que la noche es más oscura justo antes de que salga el sol, justo antes de concebir por fin el sueño, y también me he percatado de que la lluvia forma charcos que más tarde se secarán más rápido que nunca bajo el calor de la primavera, y aumentarán la belleza del suelo ya limpio. El mundo sigue y seguirá hecho de los cuatro elementos básicos: tierra, agua, aire y fuego. Y seguirá sin nosotros o a pesar de nosotros, más sucio o más limpio, esperando el próximo diluvio.

Solo es tierra

Todo destino está hecho de tierra. Todos los países, todas las pistas de aterrizaje extendidas para acogernos en islas remotas, atisbos de paraíso que no son tal. Todas las plazas legendarias, calles célebres y largas avenidas elíseas, campos resecos y moles de roca por explorar. Todos los continentes que aún no conocemos y que nos gustaría visitar, animados por la siempre falsa publicidad. Todas las cuevas que hemos visitado de niños y cuyas paredes ansiamos volver a acariciar. Todo el torcal, todos los dólmenes milenarios que aún siguen esperando bajo el sol y la lluvia otros milenios por llegar. Todas las autopistas concurridas en verano, que nos conducen entre provincias hasta el mar. Todas las playas de arena de distinto volumen de grano cuya sal sin esfuerzo no nos podemos quitar. También es la tierra nuestro destino final. Somos del polvo y al polvo volveremos, a generar más polvo donde pueda asentarse una nueva vida hasta terminar.

Coming of age

Hacerse mayor es soltar lastre y volar, pero nos da mucho miedo volar. Igual que caminar, tras caer una y otra vez. Pero no hay nada como la satisfacción de vernos en el aire, o desplazándonos a través del suelo, sea a pie, sea en bicicleta, sea asiendo un volante con las manos. Todos estos pasos me han costado mucho, puesto que nadie se ha ofrecido a dármelos, y el tiempo para poder alcanzarlos por mí mismo me ha supuesto mucho esfuerzo. También es este propio bloqueo el que me ha impedido realizar las cosas que se suponía que debía hacer por mí mismo el que ha propiciado que pensara que no era capaz de hacerlas. Para auto convencerse de que uno puede hacer algo tiene que ponerse manos a la obra. Es la única forma. No hay ninguna lección válida que extraer en la observación del fracaso ajeno, o escuchar consejos desacertados de personas que no comparten la misma experiencia vital, y no se ha de olvidar tampoco que no hay dos seres humanos iguales conviviendo en el mundo.

Cuando somos niños vemos las cosas de un modo más puro y entero que tras los años que suceden a nuestra frenética entrada al mundo adulto. Las preocupaciones, leves y graves, empañan nuestros sentidos y tornan nuestra vista de colores más grises. Las distracciones se hacen más necesarias, porque la realidad se convierte en pesadilla; es algo continuo. Solo entonces, en medio de ese glorioso entretenimiento, nos atrevemos a realizar y dar rienda suelta a nuestros sueños.

Amanecer

Qué has hecho durante toda tu vida, sino levantarte, una y otra vez, ascender poco a poco y enfrentarte a cada una de las etapas de tu vida, la mayoría de ellas absolutamente solo, poco a poco, sí, cayendo y poniéndote otra vez en pie, ascendiendo en la medida de lo posible en la escala social, logrando alcanzar con la punta de los dedos lo que te deniegan, enfrentándote a tus miedos y enemigos, a la soledad y los falsos amigos, a familiares que no son tal, y a personas que te quieren y han querido.

Qué has hecho sino aprender a parar los golpes que siempre has recibido, a ocupar toda la portería con tus frágiles hombros de niño, a salvar goles con la boca y nariz ensangrentadas, y codos y rodillas magulladas. A comprar lo que nunca tuviste, a luchar por lo que nunca soñaste pero sí anhelabas en silencio durante noches largas bajo la luz de la luna que entraba entre los barrotes de tu pobre ventana. Eras débil, siempre lo fuiste, pero eras en cambio resiliente, capitán, dueño y señor de tu destino, aunque solo veas noche a tu alrededor y huyas de la luz del alba, por no aguantar más el cansancio y por tener un estómago poco amigo del desayuno y del mañana.

Un día el sol se levantará como hace desde el este de la A-92 cada día, como hacía frente a tu armario empotrado calentando la pared de la habitación sin poder penetrar por ningún agujero. Como hace todas las mañanas que pasas durmiendo, naciendo desde Málaga y muriendo en las marismas del Odiel. Y ese día habrás de levantarte por última vez y ver que has dominado tu mayor miedo de todos, que es común a todos los hombres y mujeres del mundo que es, que fue y que será.

Pasión

Tambores, tambores, tambores.

Noche fría bajo la luna llena. Sevilla iluminada de naranja. Oro reluciente pasando por las calles. Seda fina cubriendo las piernas de las mujeres. Viejas que se santiguan al ver a su Madre celestial erguida sobre lechos de flores. Cirios. La luna se desplaza suavemente, haciendo brillar de plata los contornos y las hojas de los árboles. La plaza se ha hecho más grande y el mundo es también distinto al anterior.

Tambores, tambores, tambores.

Pasa el Hijo. Una hora después, la Madre.

Noche en blanco

Solo hay tres vivencias iguales de poderosas a pasar una noche sin dormir. La primera de entre todas ellas, una borrachera con alcohol barato de alta graduación. La segunda, sentir el ardor de perder la virginidad con una mujer desconocida. La tercera, ir al funeral de tu primer ser querido en decir adiós. Son momentos en los que el tiempo se detiene, el sol parece desfilar más despacio sobre el cielo y extraños fenómenos ocurren en la atmósfera, pero cómo darnos cuenta de ello al quedar atrapados en nuestras propias emociones.

La primera vez que viví algo parecido fue en Francia, hace ya casi una década, cuando, sin saber cómo ni por qué, narré mi vida a un rival hasta conseguir que se hiciera amigo mío durante un tiempo. Se nos pasaron las horas de la noche y cuando amaneció aún no habíamos terminado de hablar. Aquella noche en blanco hablamos de otra noche no muy lejana en la que quise perder mi intimidad con una amiga, la primera de todas, quien me abrió su corazón pero no por ello sus piernas, las cuales ansiaba de la misma manera que su mente y su alma. Tampoco pude dormir mucho después de vivir algo así.

La tercera y más dolorosa no fue de noche, sino de día, pero aquel día pareció alargarse en el tiempo de forma imposible, hasta hacerme incapaz de distinguir entre sueño y vigilia, entre mañana y tarde, entre vida y muerte. El día en que velamos a quien a todos nos dio la vida. Él leyó las primeras líneas que he publicado en este espacio. A él le dedico todas aquellas que valgan la pena. A él y a todos los que me velan mientras padezco una larga noche más en silencio hasta ver amanecer.