Promesas en la piedra

Mañana fresca sobre pizarra.

Tarde de cristales relucientes.

Noche de verano constelada.

Un plato de surtidos de caza:

cena bajo viento de levante.

Fin del día, cumbres encendidas,

huele a campo y a sombra errante.

Tiempos pasados, tiempos felices.

Niños creciendo al sol poniente.

Recuerdo promesas en un puente.

Las aguas viajeras las derivan,

por otros campos, a otros países.

El Bosque, 31 de mayo de 2024.

Sol de diciembre

Cielo de azur en torno a la estrella errante.

Una bandada de vencejos roza mi alma.

Apenas un tren blanquirrojo cruza hoy.

Dos niños lo observan mientras crecen,

su madre vigilándolos desde la cocina.

Mientras, yo ansío partir en mi corcel rojo,

aparcado bajo el frío de la madrugada,

a buscar un postre digno de estas fiestas.

Querría arrancarlo y dirigirlo a la estepa,

subir a las colinas de mi niñez, a solas,

por un trozo de pasado que traer a mi mesa.

Que compartir con mi familia esta noche.

A mí

Buscadme en medio de valles remotos,

entre pinsapos si es posible,

vestido de guardabosques y arrodillado

frente a un caño de agua bajo roca

que mane luz y aceite.

No estaré en las calles de los hombres.

Un día me hallaréis quizá postrado,

en la más alta almena del Torreón,

sin fuerzas, bajo estrellas mortecinas,

sobre un cielo amenazando tormenta.

Feria

Tienes una sonrisa que enamora,

ojos color de bosque que relucen

y el pelo de oro por los muchos soles

que coronaron la Sierra en verano.

Vistes Sevilla y flamenca sin serlo.

De lunares blancos la falda negra.

Piernas albas sobre zapatos rojos.

Rostro plateado por las estrellas.

A Sevilla vienes e irás desde el sur.

Porque sureños son tus apellidos,

que suenan a familias ancestrales

y más ancestral aún es tu nombre.

Bailas siempre a solas entre la gente

y pegas a mi oído los labios,

pero luego sigues bailando libre

sobre el albero gastado de días.

Pasión

Tambores, tambores, tambores.

Noche fría bajo la luna llena. Sevilla iluminada de naranja. Oro reluciente pasando por las calles. Seda fina cubriendo las piernas de las mujeres. Viejas que se santiguan al ver a su Madre celestial erguida sobre lechos de flores. Cirios. La luna se desplaza suavemente, haciendo brillar de plata los contornos y las hojas de los árboles. La plaza se ha hecho más grande y el mundo es también distinto al anterior.

Tambores, tambores, tambores.

Pasa el Hijo. Una hora después, la Madre.